¿Qué comimos durante el Camino de Santiago?



Hacer el camino fue una grata experiencia en todos los sentidos, especialmente en el del gusto. Con deciros que a mitad de camino ya había engordado tres kilos (pero no lo cuentes por ahí). 
Nada más aterrizar en Vigo  nos encontramos con su feria en la que hacían chuletones asados en brasas o puestos con grandes churros rellenos de crema (hace diez años yo no los conocía). Nosotros buscamos un sitio donde comer un bocadillo que era algo más normal para nosotros. Nos sentamos en un bar donde vimos un puesto ambulante de pulpo. ¡El mejor pulpo que he probado y probaré en mi vida! Nos dijeron que los pulpos de Carbariño eran los mejores. Pedimos un plato y nos lo sirvieron en el bar. A los dueños de los bares les parece buena idea ya que venden más bebidas. Te lo sirven en un plato de madera gravado con las iniciales del marido de la pulpeira. Hay vecinos que van con sus ollas y se las llevan llenas.


Todos los días comprábamos pan, a poder ser de leña o rústico para cenar y hacer bocadillos para el día siguiente. Una cena rápida era una lata de conservas. En los supermercados hay una gran cantidad de ellas en aceite, tomate o con infinidad de salsas. No sabías cual elegir. Todavía las busco en las grandes superficies y lo único que he encontrado ha sido zamburiñas en salsa de vieiras. 
Probamos mucho marisco en las pulperías: berberechos, mejillones, navajas, longueirones, percebes, gambas,... Todo muy bueno, con mucho sabor a mar. Sólo nos decepcionaron los berberechos que no tenían buen sabor.





Al medio día comíamos en algún bar o restaurante casi siempre el menú que tuviese. Casi todos tenían de primero empanada, carne o pescado de segundo y siempre postres caseros o tarta de Santiago. Las empanadas eran de varios rellenos: de carne, bacalao, atún, berberechos, de todo. Creo que las probamos todas. 
Compramos un queso de tetilla pequeño que nos duró varios días. Eso sí un poco derretido después de varios kilómetros.
En Padrón hicimos de cena pimientos de Padrón en el albergue y fuimos la envidia de todos. No freímos muchos pero probaron casi todos. Ese día una compañera portuguesa pidió una olla a una pulpería para hacer sopa portuguesa. No nos gustó mucho, pero se agradecía con esas noches tan fresquitas.

Portuguesa con su sopa

Haciendo los pimientos
El caldo gallego lo comimos en Caldas de Reis. Fue durante una cena, ese día que el toque de queda del albergue era a las doce de la noche. Buenísimo.
Las comidas más anecdóticas fueron los desayunos. Solíamos parar en el primer pueblo o aldea que hubiese después de salir del albergue. Un día nos pusieron café de puchero porque no tenían cafetera. Y en otro nos hicieron unas tostadas en una sartén, porque la señora del bar no entendía que queríamos el pan tostado. Para rematar se la pedimos con tomate y nos lo puso entero.
Bebidas. Probamos el vino blanco albariño y por primera vez la cerveza Estrella Galicia.

Comprábamos lo que nos íbamos a comer para que no sobrara y no cargar con ello. En los albergues había sal, pimienta, aceite, cosas que no caducasen pronto ni necesitasen frío. También detergente de platos. Si algo de esto se acababa, podías comprar uno nuevo y dejarlo ahí. También encontramos cartones de leche abiertos y escrita a bolígrafo la fecha en la que se había abierto.

Al entrar a Santiago por una calle peatonal muy comercial había muchas mujeres en las puertas de los locales ofreciendo probar la tarta de Santiago para que le comprases. Sólo comer un trocito de cada una, tienes el estómago lleno para todo el día. Nosotros comimos el día que llegamos en Lizarrán y el resto de noches de pinchos. Nos hacía gracia eso de guardarlos y luego que te cobraran un precio por los planos y otro por los redondos.

Volvería sólo por probar de nuevo el pulpo o esas empanadas... ¡Qué buenas!





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